Contracción de los términos ingleses 'costume' (disfraz) y 'play' (juego), el 'cosplay' constituye desde mediados de los 80, una genuina subcultura urbana -hoy ya una tradición japonesa más-, que da carta blanca a sus practicantes para la 'extravaganza' indumentaria, de manera que puedan vestirse y lucir en plena calle como sus personajes favoritos de cómic (manga), dibujos animados (anime), grupos musicales o personajes de películas y shows catódicos. Alrededor de ellos ha crecido una boyante industria que incluye desde marcas de ropa ad hoc hasta sus propias revistas, como la célebre Fruits (que ya ha dado lugar a dos libros recopilatorios de alcance internacional con las imágenes más impactantes de los 'cosplayers'), pasando por cafés y clubes e incluso el negocio sexual.
Ni que decir tiene que, dentro del 'cosplay', existen infinidad de tendencias y subestilos, aunque ninguno tan espectacular como el denominado 'Gothic Lolita' (o 'Gosurori' o, para abreviar, 'Gothloli'), que ha pasado de moda a ser considerado como una definición personal. Originario de Osaka y propulsado por grupos de rock femeninos como Malice Mizer a finales de los 90, este cruce entre muñecas de porcelena victorianas y vampiresas de cuento de terror gótico, con un toque de Hello Kitty, se ha convertido en el estilo más popular entre las adolescentes japonesas en los últimos tres años, tanto que ya se percibe incluso cierta tensión entre ellas, incómodas ante la 'persecución' mediática y turística a la que se ven sometidas.
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